Voilà. El pasado 23
de abril fueron Emmanuel Macron, del partido ¡En Marcha!, y Marine Le Pen, del Frente Nacional, los
elegidos por los franceses para pasar a la segunda vuelta de las elecciones. El
electorado dio la espalda a los partidos tradicionales y creó una situación
hasta ahora insólita en el país galo.
Aunque el triunfo de Le Pen es muy poco probable, las más
recientes páginas de los libros de Historia apuntan a que todo es posible, por
inverosímil que sea. A pesar de que la mayoría de líderes franceses, excepto
Mélenchon, defienden votar a Macron para frenar a la ultraderecha, la
volatilidad de la que disfruta la política internacional últimamente establece
algunas condiciones que podrían revertir la balanza. ¿Qué puede provocar un
aumento masivo de los votos hacia Le Pen? Entre otros, un atentado lo haría.
Un atentado yihadista serio ahondaría la sensación de miedo,
reforzaría a Le Pen de cara a la población y el discurso antagónico y light de Macron ya no sería tan
sostenible. La gente optaría por la candidata que defiende la mano dura contra
el Islam y, a su vez, todo ello beneficiaría paradójicamente al yihadismo.
Antes de morir,
Zygmunt Bauman dejó publicado su ensayo 'Extraños llamando a la puerta'
(Piadós, 2016). Un último halo de modernidad y sentido común de un hombre que
enseñó a muchos a pensar. La mayoría de lo que se ha destacado de la
publicación gira en torno a la actual crisis de los refugiados, de eso trata el
libro. Sin embargo, como todo lo de Bauman, tiene diversas lecturas. En su
ensayo, el filósofo alerta de los peligros de aquellos que identifican la
migración con el terrorismo, haciendo en ocasiones referencia directa a Le Pen
(antes incluso de los atentados de París).
Le Pen ha sabido depurar a la perfección la imagen que el
Frente Nacional tenía cuando su padre estaba al mando. A pesar de ello, por
supuesto, no ha querido librarse de todo y, aprovechando los tiempos que
corren, ha puesto al Islam como enemigo para arañar votos al electorado
descontento.
“En Francia respetamos a las mujeres, no las golpeamos y no
pedimos que se escondan tras un velo”, aseguró la política en un mitin para
llamar al voto femenino. Durante su campaña electoral ha defendido “restablecer
las fronteras” (algo elogiado por Donald Trump) y ha tachado de “cobardes” y “blandos”
a sus rivales por no tratar con la fuerza necesaria el que denomina “el
problema del fundamentalismo islámico”.
Una de sus principales medidas, con todos los tintes que
caracterizan el populismo, es “volver a poner el país en orden”. Todo ello
mientras que en sus actos electorales se repiten fervorosamente los eslóganes
“Francia para los franceses” y “Esta casa es nuestra”. “El islamismo ha declarado
la guerra a nuestra nación”, sentencia la lideresa.
Hay que tener en cuenta que el pasado octubre Le Pen se
sentó en el banquillo de los acusados por incitar al odio racial contra los
musulmanes. Y es que las consecuencias inmediatas de su discurso no quitan el
sueño a Abu al Baghdadi y sus lacayos sino al joven chaval de 20 años cuyos
padres emigraron a Francia y que vive en un país que ahora le considera una
amenaza porque le hace partícipe de las barbaridades que cometen unos extraños
que aseguran hacerlo en su nombre.
Según Bauman, esto hace que los “musulmanes jóvenes que
sufren el resentimiento, la hostilidad y la discriminación públicas en los
países de llegada se convenzan de que la brecha que separa a los inmigrantes de
sus anfitriones nunca podrá cerrarse”. Así, se está creando la idea de que hay
dos modelos, que son irreconciliables, y que se enfrentan en una guerra en el
que uno debe imponerse sobre el otro. ¿A caso no es eso mismo lo que defiende
la yihad?
Impulsados por los atentados terroristas, los gobernantes
europeos están alentando una sensación de inseguridad a la que dan una
respuesta fuerte, que es aceptada socialmente por el mismo miedo que la crea.
Al mismo tiempo se estigmatiza a una población por su descendencia y sus
creencias religiosas, y se provoca su alienación. Bauman escribe lo siguiente:
Cuanto peor sean las condiciones de vida y la situación de esos jóvenes musulmanes en las sociedades de acogida, mejor para la causa terrorista a base de convertir en totalmente descabelladas y hasta inimaginables las posibilidades de una comunicación y una interacción transculturales entre etnias o religiones. Así se excluirán de antemano las oportunidades de un encuentro y una conversación cara a cara que pudiera desembocar finalmente en un mayor entendimiento mutuo entre los migrantes y las naciones que los reciben, y más aún se minimizarían las posibilidades de la absorción e integración de los inmigrantes en sus respectivas sociedades de acogida. Los reclutadores esperan que, eliminando esa posibilidad, se incline más del lado de la yihad fiel de la balanza en la que los jóvenes inmigrantes sopesan las atracciones y las repulsiones que les producen las diferentes opciones de vida concebibles.
Los atentados yihadistas de Londres en 2005 los llevaron a
cabo unos autores que se habían integrado mal en la sociedad. Más
recientemente, los de París de 2015 fueron perpetrados por tres franceses y un
belga. Solo uno de ellos era sirio y el resto se desconoce. El ataque de los
Campos Elíseos en el que un policía fue asesinado fue responsabilidad de un
ciudadano francés.
El discurso de Le Pen se olvida de todo esto y busca calar
en una sociedad que necesita firmeza y seguridad. El Frente Nacional obtuvo muy
pocos votos entre los jóvenes (21%) y los altos directivos (14%) en las
primarias francesas. Sin embargo sí llegó a otros sectores y obtuvo el voto
obrero (37%), el de las profesiones en declive (30%), el de aquellos que
aseguran no llegar a fin de mes (43%) y el de los pesimistas que creen que sus
hijos vivirán peor que ellos (25%). En estos casos anteriores ha sido la
candidata que más apoyo ha obtenido.
Según Bauman, el nacionalismo propicia un bote salvavidas
para aquellos que consideran que han tocado fondo y Le Pen extiende la teoría de
construir muros en vez de puentes, mucho más simple, y puede que efectiva, a
corto plazo pero completamente dañina para una sociedad.
Ese rechazo puede desenvolverse en distintas variantes. Por
un lado supone un golpe duro para la autoestima de “los rechazados” que están
un país al que sienten no pertenecer y que tampoco se sienten representados en
el que vinieron sus abuelos. Por otro lado, puede aflorar el pensamiento de que
el rechazo es inmerecido y que además es necesaria una venganza para revocar ese
veredicto. Pero existe un término intermedio que encuentran aquellos que no
están de acuerdo con lo que se les exige, que están protegidos por su identidad
y que buscan a alguien que la reafirme.
“Los reclutadores de pupilos para las escuelas y los campos
de entrenamiento para terroristas, frotándose las manos de alegría, aguardan a
esos ‘buscadores’ con los brazos abiertos”, escribe Bauman.
Por lo tanto, a la lumbre de la lucidez de Bauman queda en
evidencia la tendencia de que el argumentario de Le Pen, a la vez que busca
machacar el terrorismo, también sirve para alentarlo y una victoria de la
ultraderecha en Francia se vería con ojos golosos por parte de aquellos que
matan en nombre, dicen, de Alá.
Esta situación recuerda irónicamente a la película El Creyente, en la que un joven Ryan
Gosling hace el papel de un judío tan convencido que se hace nazi, porque ve
que el antisemitismo fomenta el sionismo.
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