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David Bowie. / Efe Eme. |
Hace
hoy justo un año mi madre entró a mi habitación a eso de las siete
y media de la mañana. Que fuese lunes, me hubiese quedado dormido y
ella decidiera darme el toc-toc definitivo para que fuera a la
facultad no fue lo que me extrañó de primeras aquella mañana. Esta
vez no pegó en la puerta, la abrió de par en par. Y yo siempre
duermo con la puerta abierta, sólo la cierro cuando mi pareja se
queda a dormir. De todas todas, algo tenía que suceder para que mi
prudente madre abriese tan gratuitamente a sabiendas de que estaba
acompañado.
—¡Levanta, que se ha muerto Bowie!
"Ya está." Rápidamente, y más dormido que despierto, achaqué el numerito al despiste y a una noticia mal titulada en los informativos matutinos. "Pfff... ¡Que nooo...! ¿Cómo se va morir? Será algo de lo de su nuevo disco... O lo del cumpleaños, que fue el otro día." Me costó murmurar desde la cama sin pensarlo demasiado y todavía acostado.
—¡Que no, que se ha muerto! Que lo acaban de decir.
Automáticamente salté de la cama (mi madre nunca se equivoca). Me recuerdo directamente en la cocina, como si no hubiera existido nunca el pasillo. Totalmente incrédulo y como si fuera una broma de muy mal gusto, ahí estaba él, en la pequeña tele al lado de las tazas; ahí estaba yo, con los pies aún calientes y en calzoncillos, a solas con él en mi propia cocina -todo a oscuras. "Fallece el cantante David Bowie", rezaba el rótulo. "No puede ser, no puede ser, no puede ser". Y en efecto, no podía ser verdad pero lo era. "La leyenda. El británico. El mito. El duque blanco. El andrógino cantante. El inmortal". El televisor parecía atragantarse según cambiaba de canal y yo también.
—¡Levanta, que se ha muerto Bowie!
"Ya está." Rápidamente, y más dormido que despierto, achaqué el numerito al despiste y a una noticia mal titulada en los informativos matutinos. "Pfff... ¡Que nooo...! ¿Cómo se va morir? Será algo de lo de su nuevo disco... O lo del cumpleaños, que fue el otro día." Me costó murmurar desde la cama sin pensarlo demasiado y todavía acostado.
—¡Que no, que se ha muerto! Que lo acaban de decir.
Automáticamente salté de la cama (mi madre nunca se equivoca). Me recuerdo directamente en la cocina, como si no hubiera existido nunca el pasillo. Totalmente incrédulo y como si fuera una broma de muy mal gusto, ahí estaba él, en la pequeña tele al lado de las tazas; ahí estaba yo, con los pies aún calientes y en calzoncillos, a solas con él en mi propia cocina -todo a oscuras. "Fallece el cantante David Bowie", rezaba el rótulo. "No puede ser, no puede ser, no puede ser". Y en efecto, no podía ser verdad pero lo era. "La leyenda. El británico. El mito. El duque blanco. El andrógino cantante. El inmortal". El televisor parecía atragantarse según cambiaba de canal y yo también.
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Retrato de David Bowie (Beckenham, enero de 1969). |
"He'd
like to come and meet us, but he thinks he'd blow our minds" no paraba
de sonar en mi cabeza a medida que avanzaba el sentimiento. Corrí a mi cuarto
para decírselo a mi novia, cogí mi teléfono y regresé a la cocina para montar
una especie de mando de operaciones desde el que controlar qué se decía por las
redes sociales y qué noticiaban los periódicos. Mientras tanto, el televisor
seguía encendido y hablando solo. Ella recuerda cómo alcé la voz de lado a lado
de la casa para preguntarle a mi madre dónde estaba mi camiseta de Aladdin
Sane. Estaba en la lavadora. Vaya mierda. Empecé a enviar mensajes a amigos,
recibí otros tantos y leí los comunicados de otros artistas en un acto de
autocompasión.
De repente, David Bowie acababa de florecer en cada esquina y entre las baldosa en una suerte de entretiempo inesperado (siendo grotescamente optimistas). O eso quise creer. Tras meterme más aún en mi papel y alargar mi cara cada vez más durante el camino a la universidad escuchando un especial improvisado en la radio, esa mañana se respiraba el mismo ambiente de todos los días en la facultad. ¡Menuda basura de facultad, y eso que era la de Filosofía y Letras! Qué mínimo. Desde luego, no pretendía ver a nadie llorando o con la misma cara que yo paseaba, pero es que no vi ni una sola camiseta cómplice (tal vez corrieron la misma suerte que yo, o eso quiero pensar). Salvando a un buen compañero que me dijo que vino a clase escuchando 'Heroes' en el coche acordándose de 'Yo, Cristina F' y otro par de comentarios sin demasiado sustento por la cafetería, aquella mañana me cansó. Ni la profesora dijo nada. Mi madre llamó para avisarme de que la nueva guitarra que había encargado hacía tres días había llegado a casa. Por supuesto, puse rumbo a casa y di por finalizada mi jornada académica que apenas duró una hora y veinte minutos.
Al llegar de nuevo a casa y entrar en mi habitación, miré con rara y especial
atención el tríptico de fotografías de un joven Bowie esquelético y maquillado
que colgaba de mi pared. Se hacía raro pensar que ya no escucharía ni una
canción más del modo en el que durante tantos años lo había hecho. Su vida y, sobre todo, su obra
habían concluido. Me dispuse
a abrir la funda de la guitarra, y ahí estaba, como un astro llegado desde el
espacio exterior: mi nueva guitarra, una Fender Supersonic roja y con un
acabado ciertamente similar al del brillo estelar de la purpurina. Jamás le
puse nombre a otro instrumento -siempre me pareció una estupidez como una
casa-, pero en ese instante decidí por contrariarme que mi nueva guitarra se
llamaría Stardust.
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Angie Barnett, David Bowie y su bebé Duncan Jones (Londres, junio de 1971). |
Nadie creyó que llegaría el
momento, y menos de manera tan temprana, cuando otra vez parecía dar señales de
vida desde su planeta: Bowie siempre supo jugar al despiste. Bowie orquestó un
réquiem final, un nuevo espectáculo (otra vez), un nuevo personaje: el Bowie
humano, el David Bowie que podía morir, el auténtico, David Robert Jones. Y
es que de eso se trataba; de Marte, de una estrella negra o de una odiséica
cápsula espacial. Él no era de aquí hasta hace un año; solo fue de
nuestro planeta el día que murió: no pasó de ser un humano corriente a un
prestigioso músico, sino que fue su arte (a través de su particular mirada) lo
que trascendió a lo sólido. La vía
menos común -al menos para nosotros, los que nacimos aquí (They're the start
of a coming race. / The Earth is a bitch. / We've finished our news, / Homo
Sapiens have outgrown their use).
Buen viaje, nos vemos en el espacio.
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