No sorprende, pero impresiona. Menos de cinco años han
bastado a Cincuenta sombras de Grey
para superar en ventas a otros productos literarios como Cien años de soledad, Crimen
y castigo o 1984, todos ellos con
una mayor vida y calidad literaria. Desde un punto de vista estrictamente
comercial, las novelas de E. L. James han sido un éxito; a los cuatro libros
que actualmente están en el mercado (que superan los 120 millones de ejemplares
vendidos en todo el mundo), habría que sumar la primera de una serie de adaptaciones
cinematográficas y un catálogo bastante amplio de merchandising.
La clave de este éxito es obvia. El único mérito, si se
puede calificar como tal, de esa tetralogía es haber “roto” el conservadurismo
moral de una parte de la sociedad con un relato con tintes de BSDM. El lector
medio, acostumbrado a historias sobre magos o vampiros (indíquese que 50 sombras nació como un fanfiction de Crespúsculo), se siente atraído hacia un
producto que rompe lo tradicional y ofrece algo más subido de tono. Y es que, por
mucho que insista Marx, la lucha de clases no es el motor de la historia, es el
sexo.
Echando la vista atrás, es difícil no encontrar algún avance
social que no haya tendido hacia el sexo. Así, a finales del siglo XIX el cine
comenzaba a dar sus primeros pasos y, paralelamente, se desarrollaba una
tecnología que popularmente se denominó “What the Butler saw” (“Lo que vio el
mayordomo”). Se trataba de un mutoscopio, hermano del kinetoscopio de Edison, compuesto
por un pequeño visor y una manivela que, girándola permitía ver la secuencia de
una acción. De entre todas las “películas” que se hicieron para este invento
destaca una, de autor desconocido, que fue la que le dio el sobrenombre; en
ella un mayordomo espiaba por la cerradura de una puerta cómo su ama se
cambiaba de ropa. Nacía así el género "voyeur",
que más de un siglo después sigue siendo uno de los fetiches sexuales por
excelencia.
Las primeras obras audiovisuales se basaban en mostrar
escenas cotidianas e íntimas de la vida de las personas, por lo que no es
extraño que junto a los trabajadores en la fábrica o la llegada del tren que
filmaban los hermanos Lumière, coexistiesen otras grabaciones de temática
sexual. Así, en noviembre de 1896 el francés Albert Kirchner presentaba Le Coucher de la Mariée o Bedtime for the Bride, un corto (de siete minutos aunque solo se
conservan dos), en el que la artista de cabaret Louise Willy realizaba tras un
biombo un striptease, con un hombre leyendo el periódico al otro lado. A
diferencia del mutoscopio que permitía una visión individual, esta fue una
proyección ante un público relativamente amplio.
El cine fue evolucionando desde aquellos primeros
experimentos, y el porno no fue una excepción. En 1907 encontramos el que es
considerado como el primer film de temática sexual, El Sartorio. Se trata de una película muda y en blanco y negro en
la que un grupo de mujeres mantienen relaciones lésbicas delante de la cámara. En
un momento dado aparece un demonio que rapta a una de ellas y la obliga a
mantener relaciones sexuales con él. Son estos los comienzos de un género que
iría desarrollándose con el paso de los años, dando lugar a multitud de estilos
y formatos, llegando a su quintaesencia con las parodias porno de otras películas
“normales”.
El cine pornográfico es solo un ejemplo, pero hay más. Junto
a las miles de esculturas y cuadros que la historia se ha encargado de
conservar y recordar, la sociedad grecolatina también plasmó su líbido en el
arte: más allá del significado sexual que ha adquirido el término “griego”, las
sociedades antiguas nos han legado un sinfín de ejemplos que avalan esta tesis.
Todavía faltaban milenios para que la revolución industrial llevase a la pornografía a la categoría de producto de masas que tiene actualmente, por lo que griegos y romanos concebían el sexo como un elemento más de la vida cotidiana, con una finalidad ornamental más que excitante. En 1879 se descubrió, entre las ruinas de Pompeya, un edificio que sería llamado “La casa del centenario”, un amplio lugar con baños privados, piscina y múltiples habitaciones, entre las que destaca una adornada con frescos que mostraban a una pareja practicando el coito, lo que ha llevado a muchos investigadores a considerar esta habitación como una especie de “sala del sexo” privada. La concepción de la sexualidad en la Roma clásica distaba mucho de la actual, por lo que no es extraño encontrar ejemplos similares por toda la ciudad del Vesubio. El español José María Luzón dirigió un equipo de investigadores dedicados a estudiar y recuperar una parte de Pompeya. Entre los hallazgos de aquel trabajo se pueden destacar, dentro del tema aquí tratado, algunos “grafitis” que muestran cómo el ser humano no ha evolucionado mucho en tantos siglos de historia, así encontramos un texto que reza “et quiscripit felat”, que podría traducirse como “el que escribió la chupa”.
Todavía faltaban milenios para que la revolución industrial llevase a la pornografía a la categoría de producto de masas que tiene actualmente, por lo que griegos y romanos concebían el sexo como un elemento más de la vida cotidiana, con una finalidad ornamental más que excitante. En 1879 se descubrió, entre las ruinas de Pompeya, un edificio que sería llamado “La casa del centenario”, un amplio lugar con baños privados, piscina y múltiples habitaciones, entre las que destaca una adornada con frescos que mostraban a una pareja practicando el coito, lo que ha llevado a muchos investigadores a considerar esta habitación como una especie de “sala del sexo” privada. La concepción de la sexualidad en la Roma clásica distaba mucho de la actual, por lo que no es extraño encontrar ejemplos similares por toda la ciudad del Vesubio. El español José María Luzón dirigió un equipo de investigadores dedicados a estudiar y recuperar una parte de Pompeya. Entre los hallazgos de aquel trabajo se pueden destacar, dentro del tema aquí tratado, algunos “grafitis” que muestran cómo el ser humano no ha evolucionado mucho en tantos siglos de historia, así encontramos un texto que reza “et quiscripit felat”, que podría traducirse como “el que escribió la chupa”.
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Fresco encontrado en "La casa del centenario" (Pompeya) |
Más allá de esto, la cultura romana era rica en símbolos
fálicos, como sinécdoque del hombre entendido como ser superior respecto a la
mujer. Si pretendiésemos enumerar todos las representaciones que se hicieron
del pene durante el Imperio Romano sería una tarea hercúlea, basta con
mencionar las “aves pene”, una suerte de atrapa sueños que, según las creencias
de la época, servían para evitar maldiciones. Pero es quizá el dios Príapo el
que se llevaría el primer premio.
Hijo de Afrodita y Dioniso, que en la mitología romana recibió el
nombre de Baco cuyas fiestas en su honor es lo que hoy denominamos “bacanal”, este dios ha sido representado siempre como un ser deforme,
destacando el tamaño de su pene, con unas dimensiones antropológicamente imposibles.
Aunque es normal encontrar diferentes versiones sobre mitología grecorromana,
son muchas las teorías que apuntan a Hera, esposa de Zeus, como la causante de
esta deformidad, ya que habría “maldecido” a Afrodita como castigo por su
comportamiento, obligándola a dar a luz a un hijo anatómicamente imperfecto. Pese
a todo, Príapo gozó de buena acogida entre los griegos que, como no podía ser
de otra forma, le encomiaron la defensa de la fertilidad, tanto humana como
animal. Pero la sociedad romana decidió darle otro uso a esta personalidad
divina. Hasta nuestros días han llegado varias estatuas en madera de Príapo,
todas ellas de un tamaño reducido y con su característico falo monstruoso, lo
que ha llevado a varios investigadores a la conclusión de que estas figuras
cumplían la función de un consolador primitivo.
Se podría mencionar aquí los “affaire” amorosos que se
pueden encontrar dentro de la mitología grecorromana, tantos que nada tienen
que envidiar a las telenovelas latinoamericanas. No obstante, asignaturas como
Latín, Griego o Historia del Arte ya han dado buena cuenta de esta tarea, por
lo que, en aras de la brevedad, obviaremos esta parte. Solo decir que las
sociedades latinas y griegas no fueron, ni mucho menos, precursores en este
ámbito; como todas las sociedades son herederas de lo que sus antepasados
hicieron, moldeándolo e impulsándolo a su vez para futuras generaciones. Las
culturas prerromanas también dejaron ejemplos similares, aunque el paso de los
años, junto al propio Imperio en su conquista de medio mundo, han reducido el
número de piezas que conservamos.
Internet, el último reducto
De todo lo dicho hasta ahora se pueden extraer dos
conclusiones: la primera, que estructura este texto, es que el sexo ha
acompañado a todas las manifestaciones sociales producidas hasta ahora; de aquí
se deriva la segunda, y es que, pese a seguir caminos paralelos y a que, en las
antiguas sociedades fuese visto como algo normal, en el siglo XXI el sexo o lo
pornográfico, han sido catalogados como tabú, quedando en un segundo, o tercer,
plano.
Aunque, como la aldea de Astérix y Obélix, queda un pequeño
reducto que se resiste al Imperio Romano, en este caso al conservadurismo moral
imperante. Estamos hablando de Internet, ese lugar creado en principio con
fines militares pero que, a efectos prácticos, se ha convertido en un templo
del porno.
Tin Berners Lee, conocido como “el padre” de la Web , dejó para la eternidad
una frase que sentencia todo este asunto: “cada nueva tecnología se utilizó por
primera vez con algo relacionado con el sexo o la pornografía, ese parece ser
el camino de la humanidad”. Era consciente de que su creación se incluiría en
este enunciado. Cualquiera que lea estas líneas conocerá algunas páginas que
albergan este tipo de contenido. El ranking de visitas de Alexa coloca a
Xvideos como en el puesto 34/500 de páginas más vistas en España en el mes de marzo (a nivel global ocupa el 50). Esta es la primera capa, pero si
excavamos un poco más, la cosa se pone peor, mucho peor.
En homenaje a aquellos tiempos en los que el contenido
pornográfico en televisión iba precedido de un mensaje de aviso, sería
conveniente avisar al lector que lo que viene a continuación puede herir su
sensibilidad.
En 2003, Peter Morley-Souter quedó sorprendido cuando
encontró una versión pornográfica sobre Calvin y Hoobes, los famosos personajes
creados por Bill Watterson. Fruto de aquella conmoción, surgió un cómic
titulado Rule #34 There is porn of it. No
exceptions, publicado un año después. La teoría que mantenía
Morley-Souter en este cómic era simple: existe una versión pornográfica de todo
lo que el ser humano ha creado hasta ahora. La idea se implantó rápidamente en
el imaginario cibernético, llegando incluso a nacer una web dedicada a
recopilar este tipo de contenido. Basta con teclear cualquier nombre de una serie,
película, cómic,… para que la página nos devuelva una ingente cantidad de
imágenes de contenido para adultos.
Como aquel episodio de South
Park en el que Cartman trata, sin suerte, de hacer algo original que no se
haya hecho antes en The Simpsons (Simpsons Already Did It, 6x07), es
imposible encontrar una manifestación de cultura popular que no tenga su
versión pornográfica. ¿Pokemon?
Existe. ¿Los juegos del hambre? Por
supuesto. ¿Batman y Superman? Faltaría más. Es imposible escapar de los largos
tentáculos (un tema, por cierto, muy recurrente debido al mercado japonés) de
esta regla.
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Viñeta de Quetzal Cardenas |
No hay que olvidar que Internet es un medio colaborativo, al
menos en parte, y que con el paso de los años, los usuarios han ido modificando
esta regla, dando lugar a la regla 34-B (o 35), según la cual “si no existe
porno, será creado”, un apéndice interesante puesto que es preocupante la
celeridad con la que surge este tipo de contenido. Como parte de la promoción
de Zootropolis, Disney pidió a la
comunidad fan que compartiese en redes sociales dibujos sobre los personajes o
fotografías de ellos mismos disfrazados; pero la petición finalmente se les fue
de las manos e Internet se llenó de imágenes pornográficas protagonizadas por
Gazelle, Hopps y compañía.
Es difícil saber hasta qué punto la campaña de marketing
contaba con esto, pero está claro que tarde o temprano aparecería. Ante esto
hay dos posturas posibles: estar a favor o en contra. La primera se basa en la
máxima de “que hablen de ti, aunque sea mal”, y la defienden autores como
Pendleton War (Hora de aventuras),
para quien lo importante es que su historia, su universo, sea compartido y
querido por la comunidad fan, sin importar de qué modo; entre los detractores encontramos
nombres como el de Alex Hirsch (Gravity
Falls), un autor especialmente preocupado por el “pinecest” (basado en
relaciones incestuosas), pues los personajes protagonistas de su historia son
alter-egos de él y su hermana, lo que hace más tórrido el asunto.
hmm
ResponderEliminar, publicado un año después. La teoría que mantenía Morley-Souter en este cómic era simple: existe una versión pornográfica de todo lo que el ser humano ha creado hasta ahora. La idea se implantó rápidamente en el imaginario cibernético, llegando incluso a nacer una web dedicada a recopilar este tipo de contenido. Basta con teclear cualquier nombre de una serie, película, cómic,… para que la página nos devuelva una ingente cantidad de imágenes de contenido para adultos.
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