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Carlos García Pozo. | El Mundo. |
A esta crisis le sobran historias y le
faltan páginas; le sobra publicidad y le faltan narradores.
A la peor crisis que llevamos de siglo
le hacía falta una radiografía. Y un lápiz de dos puntas que la dibujara. La
crisis no será televisada, y por eso es fundamental conocer qué ocurre de
puertas para adentro, donde se manifiestan los dramas que se reprimen en la
calle, donde se desnuda la soledad a la luz de la luna y que viste armadura de
día. Como aquel famoso caballero del Lazarillo
de Tormes, al que debajo de la coraza se le marcaban las costillas.
La historia de la crisis se conecta en
los dramas y en los contrastes. Como el blanco y el negro de una radiografía.
En esta sala de espera – la de la radiografía – a nadie se le avisó que había
que pedir cita previa. Es como encontrarte en el paro: llega sin avisar.
Quien nos explica al trasluz lo que se
ve en una lámina tan opaca es Pedro
Simón, reportero de la crisis y periodista de El Mundo. Cambia la realidad por una ficción mestizada (ni realidad ni ficción puras) que aborda ocho historias
en Peligro de derrumbe.
Andamos por el fino grosor del andamio
que nos condena al abismo o la salvación. Es una línea tan fina como el estilo
del autor: recuerda al oficio de hilandero; enhebra un recurso narrativo hasta
la última puntada. Para el final del libro, todas las heridas ya están
abiertas.
Y es que hay dos tipos de ficción: la
de El Señor de los Anillos, que evade
y transporta lejos; y la que te da la hostia. La que te clava al suelo y te
obliga a relacionar lo que lees con tu entorno. Hasta que no sabes si lees o
contemplas una postal costumbrista de Madrid.
Otro de los recursos a destacar del
autor es el uso de la repetición como énfasis. Es como uno de esos martillos
pilones que conformaban la sintonía habitual de las obras en los años del
ladrillo. Creo que es una manera sabia de utilizarla: si la Historia se repite,
por qué no vamos a repetir las historias.
Ya.
La grieta en los cimientos de la
sociedad es demasiado evidente para ocultarla. O maúllas o ruges. O usas las
manos o la cabeza. Todo y nada. Todos y nadie. El término medio es el defecto. Si de
algo se ha asegurado bien la crisis es de eliminar, sin filosofía, a las clases
medias. Así, ahora todos somos más iguales: sin dinero a mitad de mes, sin curro,
sin nada que hacer. Sin esperanza en esta sala de espera. Con el mismo
objetivo: llegar a fin de mes.
En este cementerio de historias
reducidas a ruinas, las cifras son epitafios: 3,4 millones de viviendas vacías;
más de 6 millones de parados en el peor momento de la crisis, que ataca en la
yugular al paro juvenil, con una tasa del 50%; 350.000 familias desahuciadas en
2014, y en 2015 se calcula que rondan las casi 400.000; 3.870 casos de suicidio
en 2013. La cifra más alta en los últimos 25 años. Hacemos número para aguantar
otro mes más; los medios pescan en este mar de cifras y hacen sus propias sopas
de letras.
¿Y detrás? Hay nombres, Trankimazin,
lejía, miradas profundas, cuerpos en venta, infidelidades, desgana, traumas a
flote o recuerdos de una vida mejor. También hay venganza. Si la crisis está
basada en un thriller, podemos
acercar las páginas a la luz y mirar su radiografía, la cual, aunque no tenga
ocho letras, descubre una historia de diez.
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