Fotografías cedidas por La Térmica
Millás es de tierra de nadie, nació en
Valencia y a los seis años lo llevaron a Madrid. Aquella confirmación apátrida
es la misma que pasea por su novela El Mundo (Planeta, 2008) cuando dice que la
tierra de nadie es el territorio de la escritura. Es la misma que contrasta con
su gusto por la rutina: despertarse, leer y escribir. El autor que tinta negro
sobre blanco la contraportada de El País los viernes no reconoce una frontera
entre el periodismo y la literatura, y se sorprende cada vez que un periodista
le trata de escritor como si no lo fuera. Les dice que alguien que se gana la
vida escribiendo –lo quiera o no- es un escritor.
Uno
de los titulares en una entrevista que le han hecho dice “escribir es la
peste”.
En cierta medida sí. Escribir es muy duro y
muy gratificante también. Son las dos cosas y a veces de manera simultánea. Se
refiera esa frase al hecho de que es un poco incomprensible que alguien se
dedique a esto porque es algo que nadie te manda hacer. Es duro y los
resultados en relación a lo que querías son malos siempre. La verdad es que
cuando uno intenta explicarse de un modo racional por qué escribimos resulta un
poco inexplicable.
Y hay
otra en la que destaca que “el periodista lo quiera o no también es un
escritor”. Me recuerda a una frase de Alcántara en la que decía que el
periodista también es un escritor porque escribe, pero eso le garantiza cierta
mediocridad siempre. ¿Van por ahí los tiros?
No, no. Creo que la mediocridad se la
garantiza uno a sí mismo, no creo que sea el periódico. Eso lo digo en un
contexto de defensa del periodismo. A mí el periodismo me gusta muchísimo y no
considero mi obra periodística menor en relación a mi obra literaria. Pongo las
mismas energías en una que otra. Me sorprende cuando un periodista se dirige a
mí tratándome de escritor como si él no lo fuera. Les digo: “Bueno, ¿tú cómo te
ganas la vida, escribiendo? Pues alguien que se gana la vida escribiendo –lo
quiera o no- es un escritor”. Será un escritor bueno o malo, eso es otro
asunto, pero es un escritor.
¿Cuáles
son las fronteras entre la literatura y el periodismo?
Esa es una discusión eterna, pero para mí
es una frontera más retórica que real. Hay algunas cosas, pero en la esencia no
hay barrera porque el periodista trabaja con las mismas herramientas que
trabaja el escritor: la lengua y los recursos retóricos que le proporcionan esa
lengua. Su actividad es idéntica aunque hay que señalar unas cuestiones
formales si subimos a la superficie. Pero no hay ninguna diferencia entre
periodismo y literatura en la sustancia, y en la medida que las dos son
escrituras y escrituras creativas.
¿Cómo
le sienta la etiqueta de creador del articuento?
Realmente no soy el creador del género. Soy
el creador del nombre, incluso Clarín ya hacía articuentos. Me ha gustado que
la palabra haya tenido cierta fortuna, pero fue un poco en contra mía porque la
primera vez que me propusieron una serie de artículos míos hicimos una
selección y pensando en el título se me ocurrió lo de articuentos. Pensé que
era un nombre horroroso y que sonaba mal. Me gustaba la idea de unía esos dos
conceptos y comentando con la editora, le dije “fíjate qué disparate se me ha
ocurrido” y me dijo que era estupendo el nombre. Lo titulo así y me siento bien
porque la palabra ha hecho fortuna. El articuento lo he cultivado, pero no lo
he inventado.
¿Lo
más significativo de ese subgénero es que camina a medio caballo entre el
periodismo y el microrrelato?
No tanto entre el microrrelato –que es un
concepto muy específico-, sino que es un concepto híbrido en la medida que lo
empiezas a leer como artículo de opinión y cuando llegas al final te das cuenta
de que era un cuento, o al revés. Es la cuestión de hibridar dos géneros que
provienen de territorios diferentes. Entonces esto lo que hace es que sorprende
al escritor cuando lo escribe porque no me pongo a escribir un articuento, sino
que me sale un artefacto que pertenece a ese género por ser un híbrido.
¿Y
cuál era su conciencia de otros escritores que han cultivado el articuento?
En España hay una gran tradición de
escritores de periódicos. Desde Cunqueiro hasta Manuel Alcántara que es uno de
mis maestros; es un cultivador excelente de articuentos y encima viene de la
poesía. También está Corpus Barga y una tradición excelente que la tenemos un
poco olvidada. Tengo la sensación de que nuestra tradición de escritores no está
ordenada o sistematizada. De repente hace cinco años descubrimos a…
A
Chaves Nogales.
No tiene explicación que hayamos
descubierto a Chaves Nogales hasta hace poco. La única es que no haya un corpus
organizado de escritores de periódicos.
¿Cómo
lleva la comparación con literatos gallegos? En su ironía hay algo de Julio
Camba.
Siempre son comparaciones posibles. Camba
es otra de las grandes referencias pero no he sido un lector apasionado de su
obra. Creo que el espacio a la hora de escribir en un periódico no te limita,
al contrario, te da libertad.
¿Hay
plumas en la actualidad que le llamen la atención? Leila Guerreiro, Manuel
Jabois, Gistau…
Leila me gusta mucho como reportera, creo
que es de las grandes reporteras del mundo de habla hispana. Jabois es muy
interesante y este poeta que escribe en El Mundo, Antonio Lucas, es muy
interesante también. Estas cosas cuando te vienen los nombres es cuando se
acaba la entrevista.
¿El
reportaje es más que la columna por su dedicación?
Es otra historia y otro tipo de
satisfacción, da más trabajo también. Lo que cambia fundamentalmente cuando
cambias de género es la actitud sicológica. No te sientas con la misma actitud
sicológica a escribir una novela, un cuento, un reportaje o un artículo. A
veces un artículo de 40 líneas te da muchísimas satisfacciones porque hay una
columna que contaba la historia de un submarino ruso que se hundió y luego
fueron a rescatar. Cuando rescataron a los muertos, en el bolsillo de uno de
los cadáveres había una nota escrita que decía “hay 23 personas aquí. Ninguno
de nosotros puede subir a la superficie. Escribo a ciegas”. Había escrito cinco
líneas que eran una obra maestra de concesión terrorífica. Esta columna en
muchos talleres literarios se lee como una oración antes de empezar a trabajar.
Hay muchas columnas que me han dado muchas satisfacciones. Me ha ocurrido
conocer a alguien en una cena y que cuando ya estás en confianza saque de la
cartera una columna de hace 15 años arrugada. Hay reportajes también me han
dado muchas satisfacciones y han funcionado bien. Lo que quiero decir es que
básicamente el cambio no es el grado de satisfacción sino la actitud con la que
te pones a trabajar. Son cosas muy diferentes.
¿Cuándo
percibe que se ha convertido en un escritor mediático? Es decir, ve gestos como
el de alguien que guarda una columna suya de hace años.
Esto se da cuando empiezo a trabajar en los
periódicos. Llegué a los periódicos cuando había publicado ya cuatro o cinco
novelas en el año 90. Llegar a escribir en prensa era el gran deseo mío y creo
que llegué tarde porque me gustaba mucho y lo que te gusta mucho da mucho miedo
también. En ese momento empecé a hacer un tipo de columnismo que era raro en el
contexto en el que comencé porque percibí que había un exceso de columnismo
político y me fui más a cuestiones de la vida cotidiana: hablaba de lo raro que
es lo normal, hablaba mucho desde el cuarto de estar. Hice un columnismo que
era raro en el contexto que apareció y funcionó. Además me dejaron y visto con
perspectiva tengo la sensación de que he experimentado mucho en la prensa y eso
es raro porque es un medio de comunicación de masas cuya vocación es llegar al
máximo número de lectores. Sin embargo, a mí me alentaban a que experimentara
en el periódico, y parte de esos experimentos también los he llevado a la
literatura después. Realmente los dos territorios se han enriquecido
mutuamente. Creo que mi literatura debe mucho a mi periodismo y mi periodismo debe mucho a mi literatura.
¿Se
planteó ser periodista?
Bueno, yo desde pequeño siempre pensé que a
lo más que se podía llegar en la vida era a firmar una columna en la última
página de un periódico. Cuando leía los artículos de Manuel Alcántara que
escribía en el Ya –mi padre estaba suscrito al Ya-, pensaba que lo más a lo que
se podía llegar era a eso.
¿La
rutina existencial es buena para el escritor?
La rutina es maravillosa para un escritor.
Creo que sin rutina no se puede escribir.
Pero está la parte de no decir lo mismo en
cada columna.
Lo que pasa es que escribo todos los días.
Si tengo una novela entre manos dedico dos horas a esa novela –más tampoco le
puedo dedicar porque me canso- y me deja baldado. Entonces preparo un
reportaje, o una conferencia, o escribo la columna que tengo que enviar al día
siguiente y me estimula mucho ese cambio continuo haciendo lo mismo que es
escribir. Pero sin rutina no puedes hacerlo. La novela es el género de los
torpes, como decía García Hortelano. Tienes que ir todos los días a la obra y
colocar un ladrillo porque no puedes escribir una novela a golpes de
inspiración. Luego es verdad que yo lo que más amo en la vida es la rutina,
pero también los escritores tenemos muchas oportunidades para romper las
rutinas: hoy estoy en Málaga y la semana que viene en México. Pero cuando
tienes una obra en marcha, sin rutina la cosa no progresa.
Una
columna suyo inspiró el nombre de una de las giras de Extremoduro, Robando
perchas del hotel. ¿Tuvo contacto con el grupo?
No, me enteré por la prensa o a través de una
de estas alertas de Google. Yo siempre digo que cuando me preguntan qué es lo
más triste que he visto nunca fue una vez en un hotel en el que el mando a
distancia estaba atado a la mesita de noche. Aquello me produjo una tristeza
tan grande que estuve a punto de irme en ese mismo instante. Pero luego llegué
a un hotel en el que las perchas no se podían quitar. Y Extremoduro hizo la
gira basándose en aquello, pero no he hablado nunca con ellos. Nunca tuvimos
contacto.
¿Cómo
fue estar con el presidente de Uruguay?
Fue muy estimulante. Al principio fue muy
difícil porque como cuento en el reportaje no nos daba tiempo hasta que yo dije
que esto no sé hacerlo y el hombre se conmovió y ya nos dio mucho más tiempo.
Además me dieron la oportunidad de conocer el país, no conocía Uruguay, pese a
que Montevideo es una ciudad tan literaria y siempre que he ido a Buenos Aires
tenía la intención de ir, pero siempre me ocurría algo que me impedía conocer
esa ciudad tan hermosa y tan triste que es Montevideo y reconocer allí a mis
autores preferidos. Es un personaje histórico excepcional y recuerda un poco a
Mandela en el sentido de que estuvo 15 años en la cárcel sometido a malos
tratos diarios; estuvo varias veces al borde de la muerte e iba decirte que
estuvo al borde de la locura, pero creo que conoció la locura. Creo que de esa
experiencia salió esa cosa bondadosa con la que salió de la cárcel. Como si
hubiera tenido una experiencia incontable y que le cambió completamente.
¿El
reportaje que escribió acerca de la eutanasia contando la historia de un hombre
que se quitó la vida?
Fue muy difícil porque era encontrarme hoy
con una persona que se va a suicidar mañana y estar todo el día con él. En
algún momento del día sentí que me aburría y era tremendo porque decía cómo me
puede aburrir un hombre que se va a morir mañana y eso me provocaba unos
sentimientos de culpa muy tremendos y contradictorios. Fue muy duro y me quedó
una cuestión… él me pidió que le acompañara en el momento de suicidarse y ahí
me faltó valor para hacerlo. Le acompañaron dos voluntarios de DMD (Asociación
Derecho a Morir Dignamente) que me contaron como había ido todo. Pero la noche
anterior, cuando me despedí de él me pregunto si iría al día siguiente y le
dije no sé. No sé si le dije algo tremendo como “a ver cómo estoy de tiempo” a
un hombre al que ya no tenía tiempo y el caso es que no tuve valor. He hecho
reportajes a mucha gente y casi todos están vivos, y éstos no se me aparecen
pero este sí se me aparece. Fue una experiencia rara.
Y en
su último libro, La mujer loca, también está el tema de la eutanasia.
La eutanasia está al lado del suicidio, ya
sabes la frase que decía Camus de que el suicidio es el único problema
filosófico realmente serio. Se habla mucho de la eutanasia y estoy por el
derecho al suicidio asistido. Para ello hay que dar un primer paso: que los
políticos regulen esto porque vemos muertes espantosas porque se alarga la
vida, pero no la calidad de vida. Además cuando se hacen encuestas, el 80% está
a favor de que se regule. Recientemente hemos hecho una campaña para DMD en los
que comento la importancia del asunto. En el caso de Carlos, que era el sujeto
de mi reportaje, no pasó nada. Pero depende del juez que levante el cadáver. Si
es un juez que le da por citar a declarar estaría metido en un lío. Parece que
los jueces no están por la labor cuando es un caso clarísimo de eutanasia, pero
sí les hubiera dado por eso a los voluntarios de DMD los meten en un lío, a mí
que también estuve con él también. Es un asunto que me preocupa muchísimos.
Nace
en Valencia, pero a los 6 años marcha a Madrid. ¿Se siente valenciano o
madrileño? Al hilo de las declaraciones de Trueba en las que decía que no se ha
sentido ni cinco minutos español, ¿usted sí se ha sentido así?
Yo creo el contexto en el que dijo la frase
de Trueba -que está muy bien- era para atacar el sentimiento nacionalista
llevado a los extremos en los que vemos que está llevado, pero le salió mal
evidentemente. Yo nací en Valencia, pero a los 6 años me llevaron a Madrid. Yo
soy como la gente de Madrid que no es de ningún sitio. Realmente no tengo ese
sentimiento español, no lo he tenido nunca. Y creo que quizá se deba a ese
desarraigo tan temprano. De todas maneras es muy curioso que nadie sea
nacionalista en un mundo divido en naciones. Savater hacía una distinción que
yo creo que es muy importante y decía que el nacionalismo es normal porque
todos pertenecemos a una nación y estamos ligados por cuestiones de orden
afectivo aunque lo neguemos. Y decía que todos teníamos eso del mismo modo que
todos teníamos apéndice, pero no teníamos apendicitis; de tal modo que el
nacionalismo sería como una inflamación de lo normal.
Precisamente en la novela El mundo se lee
“la tierra de nadie es el territorio de la escritura”.
Siempre que leo en el periódico, por
ejemplo, dan el premio Nobel al escritor murciano tal pienso qué curioso que
digan el escritor murciano -o madrileño o lo que sea- porque lo primero que
tenía que hacer el escritor murciano para ser escritor es dejar de ser
murciano. Es el primer dato que colocan a tu lado en las piezas informativas y
yo pienso (siguiendo con el ejemplo) que si era escritor no era murciano. Esto
es como la etiqueta de escritor joven. ¿Para ser escritor tienes que ser viejo?
Para ser escritor tienes que ser viejo y joven al mismo tiempo, de manera que
el escritor joven tiene que ser viejo y el viejo tiene que ser joven.
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