| Fuente El Mundo
“Mira, ahí lo tienes”. Camino con Juan y sus amigos por
Montera desde Sol. Madrid, son las 19.50 y tenemos que buscar un bar rápido.
Hemos quedado luego a las nueve para tomar contacto con los hijos de William
Lawson. Me señala sobre una pared de cemento que contrasta con las cadenas de
cubos de cerveza y tiendas horteras de ropa. Detrás de una tela de rejilla
verde de obra y sobre unos andamios se puede ver la firma de Juan Carlos
Argüello. “No han tirado el edificio por la pintada”.
Se lee Muelle. A la intemperie, ajeno a todo rastro de
cultura oficialista desde 1989. Es la última obra en pie, en el centro de
Madrid, del pionero del spray en nuestro país. Si uno busca sobre Argüello en
la principal plataforma de vídeos del mundo pronto encuentra una entrevista del
año 87, parte de un reportaje. Mientras el autor nocturno toma el pelo a la
reportera, se intercalan imágenes de otros tags
y de gente quejándose por el estado en que queda el metro con las pintadas.
También son personas que se quejan de que, si cogen el metro muy seguido, les
puede tocar el mismo pobre, y eso está mal.
De jóvenes, que es cuando uno empieza a gustar del mundo
underground, Muelle era una institución. Banksy no sabía decir ‘mamá’ cuando JC
ya invadía tu calle. Estuvo el día que se inauguró la estatua del oso y el
madroño en la Puerta del Sol y fue multado por ello. Desde 2010 existe una
plataforma moviéndose para que este trozo de historia madrileña se considere bien
de interés cultural (BIC) que levantó la voz de alarma cuando un viernes de 2012,
la caligrafía de Argüello, soñolienta por culpa de una ciudad que nunca duerme,
se desperezaba entre harapos de remodelación urbanística. Hay miedo que entre
cemento y ladrillos se deteriore lo que algunos consideran parte viva de esta
historia efímera de Madrid.
Las mismas instituciones que le plantaron cara utilizaron “su
mensaje” (como gustaba llamar a su firma) en los folletos publicitarios
ochenteros sin su aprobación. Juan Carlos murió el último día de junio de 1995.
Enterrado en el cementerio Sur de Madrid, con él se fue ese espíritu de unión
entre la ciudad y el ciudadano, los primeros intentos de hacer del espacio
urbano parte de uno mismo. Es parte del germen del nuevo diálogo entre agentes
sociales que algunos quieren llevar ahora por bandera a las urnas.
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