| Fotografías por Mari Carmen Granados Gutiérrez.
"Cuando eres menor de edad, el único medio de transporte para venir a Málaga básicamente es el tren. Es lo que tiene, que te pones los cascos, miras por la ventana y el 80% del trayecto lo que ves son grafitis"
Darko me cita en una de las múltiples
cervecerías artesanales del Soho de Málaga, antiguo ensanche de la ciudad. Este
tipo de negocios y los restaurantes gourmet
pretenden barrer la imagen de puticlub a pie de calle que tiene la zona. Lleva una gorra marrón y una camiseta
del grupo Toundra. No suelo frecuentar
este tipo de locales, así que él pide por mí. “A este hombre le pones una
Sagres y a mí una IPA, la de siempre”. El camarero le indica que ha llegado un
cargamento nuevecito de ese tipo de cervezas, y se deja llevar por el consejo
del bartender. Una cerveza IPA (India
Pale Ale) tiene más lúpulo que una convencional. Se empezaron a hacer en las
antiguas colonias británicas de las indias. Por entonces se mandaba la cerveza
en barcos y, en aras de no echar a perder las partidas, los comerciantes
agregaban más lúpulo, que es lo que le da el amargor a la cerveza. Ahí se
dieron cuenta que esa alteración conllevaba propiedades desinfectantes, además
de conservación. “Hoy me he venido en el tren, así que puedo
salir a gatas de aquí” (risas).
Darko tiene 34 años y trabaja vendiendo
zapatillas en una famosa cadena de centros comerciales. Marbella, Málaga y
ahora Fuengirola. Prefiere no dar su nombre por razones obvias, yo también me
acostumbro a llamarlo por su alter ego. Y es que Darko es artista urbano.
Aunque su fuerte es el bote de spray, considera que “el grafiti puede resultar
vandalismo”, aunque él no lo practica ahora mismo. No fuma, pero tiene dos grandes vicios. Uno es la cerveza y el otro el cine. Del segundo de ellos viene su
apodo. Cuenta que un compañero le recomendó la película Donnie Darko y que
desde entonces quedó “impactado” con ella. No ha visto ni piensa ver la segunda
parte.
Después de 17 años pintando nos
reconoce que se ha visto en situaciones parecidas a las que nos contaba Elphomega: gente que piensa que lo que hace es cosas de críos. “Cuando le
cuento a antiguos compañeros de clase que sigo pintando lo ven como algo
extraño”. En casa tampoco resulta fácil decir que pintas las paredes de tu ciudad. Por pura estadística, explica, le han caído multas alguna que otra
vez. Como todos, él empezó influenciado por
el grupo de personas con el que se juntaba en la calle. El movimiento
breakdance era el que pegaba fuerte a mediados de los 90 en su ciudad. Eso, unido a viajar
en Málaga en tren, es lo que le hizo interesarse por el mundo del grafiti. “Cuando
empecé me movía mucho por el grafiti clásico, el de flechas, el de letras, en
definitiva el grafiti que yo veía cuando venía en tren”.
La clandestinidad, nocturnidad y alevosía
de este mundo underground no van muy ligadas con la personalidad del fuengiroleño.
La mayoría de sus piezas están documentadas, colgadas en la red, y su condición
de artista de galería hace que su cara sea conocida. “Lo que yo hago no daña
el lugar”, ofrece como explicación. “Cuando tú estás completamente seguro de lo
que haces y crees en ello no tienes por qué esconderte”. También ve un
poco de marketing en no darse a conocer. Si Banksy no se escondiese no vendería ni la
mitad, me dice. “Yo creo que Banksy ya es un grupo de gente, algo como un colectivo”.
Nos confiesa que el (o los) británico le ha terminado por aburrir.
Suele utilizar sitios derruidos,
abandonados, como viejas obras inacabadas para desarrollar sus ideas. Él y sus
amigos son ese reducto de la sociedad al que la burbuja inmobiliaria mejor ha contribuido.
Darko se sale literalmente de la pared. Juega con los espacios y voluptuosidades, las superficies y las texturas para crear. Normalmente, una
vez ya ha empezado a pintar, se da cuenta que el hueco de la pared o una columna
que está a metros de donde él pinta puede usarse para dar profundidad a su
dibujo. Y hace uso de ello. Entre sus técnicas está la de limpiar y blanquear
el sitio donde pinta. No son preliminares muy extravagantes dentro de la esfera del grafiti, pero si se tiene en cuenta las condiciones y localizaciones antes mencionadas
se aprecia en la distancia la dificultad del trabajo.
Actuar para galerías es otra cosa. También
juega con el espacio mismo del edificio, por eso le gusta trabajar
directamente con la entidad pertinente. Da igual en lo que esté metido en
ese momento, cuando llega una galería planeando una exposición él crea “ex profeso, es decir, desde cero, con
una producción totalmente nueva y hecha expresamente para la galería”.
Aunque antes lo hacía todo en la calle,
hoy Darko tiene su propio estudio donde puede trabajar en su obra. Es un bajo
de una calle céntrica de Fuengirola. Nada más entrar ya huele a pintura. “Mis
amigos siempre me lo dicen pero no sé a qué quieren que huela”. A la izquierda
se amontonan botes de spray, unos vacíos, otros que aún pueden pintar. Las
paredes y el techo son de color blanco, exceptuando algunas pruebas que el
artista debe haber realizado sobre ellos. Desde la entrada hasta el final, unos
17 metros, se ve sobre el suelo una ventana pintada, tablas de skate, cajas
para transportar piezas artísticas, antiguas obras, un maniquí, pegatinas de autenticidad que el propio
Darko ha creado, material de pintura plástica. A la derecha, en la entrada, hay
un montón de libros, todos desordenados. Barry McGee, Zevs, Louise Burgeois,
Robert Rauschenberg, Basquiat, Haring y figuras del grafiti neoyorquino de los
80 como Dondi, Lee o Futura 2000 no cesan de ser referenciados por Darko
durante el día y medio de reportaje.
El panorama del grafiti ha dado un boom
gracias a las redes sociales, explica. Antes se pintaba por estilos: estaba la
gente de Madrid, los de Barcelona, el estilo neoyorkino. Todo muy bien
diferenciado y que uno podía ver en cineforums o de manera epistolar con otros
grafiteros. Ahora el baile de clicks por la web da la posibilidad de saber lo
que se hace en Sudáfrica, en Shangai o en París. También la acogida que el
mundo de la pintada en la pared, el del sonido de la canica del spray, le ha
dado a gente del mundo de las bellas artes, de la ilustración, ha enriquecido
todo lo que envuelve al grafiti. Las instituciones, aunque a regañadientes y de
forma paternalista, también han apoyado a su manera a la escena: el festival
Asalto en Zaragoza, el festival Poliniza en Valencia (organizado por la Universidad), o el MAUS en Málaga.
Cogemos el coche. Darko está a punto de
llevarnos a su templo, al lugar donde lleva pintando desde hace casi cuatro
años. “No traigo a cualquiera aquí, no queremos que se llene de gente”.
Compramos tres litros de cerveza y de repente estamos de camino.
Seguimos hablando de Banksy y de la idea
que se vende del grafiti. “El saltar vallas mientras te persiguen dos patrullas
no existe”. Darko es un tío normal, concienciado que para poder seguir pintando
tiene que trabajar como cualquier persona. “Levantarte a las 7, volver a las 3
para comer. No soy como ese artista que se levanta a las 12 a verlas venir”. Que
igual a ellos le vanagloria llamarse artistas, pero puede que también tengan
que lamer más culos, añade.
Llegamos a la obra. Es una construcción
casi megalómana, pero no fuera de lo común entre lo que se hacía desde
principios de siglo hasta 2008. No sabría calcular cuántas viviendas estaban
proyectadas sobre sus cimientos. El edificio se asemeja a un gigantesco
exoesqueleto de acero y cemento. La promotora metió una planta más que las
permitidas en el permiso de obra y todo se fue por el sumidero: las casas ya terminadas,
con alicatado y baños de primera, nunca pudieron ser entregadas. Allí nos
espera Higs, un amigo de Darko. También es grafitero, pero de los clásicos, él
sólo hace letras. Es algo mayor que nuestro protagonista, tiene un niño y ya
no le atrae el reconocimiento de los años anteriores. “Ya no puedo arriesgarme
a meterme a pintar un tren”.
Desde mayo Darko está trabajando en una
conjunto de imágenes a la que llama ‘Animal Series’. “Con los años he ido
perfeccionando la técnica, ahora pinto de lado, con una inclinación de 45º,
para conseguir otros efectos”. Entre sus otros utensilios destacan los
pinceles, los pulverizadores, el disolvente para la pintura en spray, el agua
para la plática y la brocha. También tira mucho de boquilla astro fat. Todavía no se atreve con la
cinta de carrocero. Comenta que es muy difícil saber lo que gastas en una pieza
porque “siempre sobra de la anterior”. Los botes Hardcore, “los Montana de toda
la vida”, cuestan ahora tres euros, mientras que los 94 salen a 3,30 cada uno.
Los primeros tienen una presión mayor y el acabado de los segundo es mate.
“Bueno, empecemos”. Suelta las mochilas,
saca los botes y la cámara empieza a grabar.
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