Barcelona el 30 de mayo pasado no era
Barcelona. En el baño de un local de la conocida cadena que pone cubos con
cerveza se podía leer “se vende droga” en letras mayúsculas. “Me han engañado”.
En la puerta hacía cola un riojano. No quería orinar, sólo esperaba al camello.
“¿Aquí qué pone? En mi pueblo cuando ves esto es que se vende droga”. Barcelona
estaba tomada por franjas rojiblancas y camisetas con el color de la ikurriña.
El sábado de la Copa del Rey Barcelona era un poco Bilbao. Y La Rioja. Y Navarra
también. Hasta que empezó el partido nadie te decía nada por la camiseta que
llevases. La gente bebía y cantaba, ajenas al botellón andante en el que se
había convertido la capital. Siendo uno y todos. En el metro se veían equipaciones
del Barça ayudando a las del Athletic a encontrar la línea hacia el campo. “Un
ambiente muy bonito” dijo uno de Guipúzcoa a mi lado. Camisetas azulgranas con
la ikurriña amarrada al cuello. Los vascos con la estelada en la cintura a modo
de falda. Todos tenían un amigo del bando rival. Quien no, lo hacía entre
cubatas.
La zona del Athletic Club, Esukal Hiria que lo llamó alguno, estaba
arriba de Plaza España, en la otra punta de la ciudad. Mesas de la playa a modo
de barra hacían el agosto para más de uno. Los lateros llegaron más tarde, pero
seguía habiendo sed. La señora de las Ramblas que vende camisetas con las
banderas de las dos comunidades estampadas también estaba en su salsa. Se veía
a algún mosso ligar con alguna vasca. Ilusos, pensaban los compatriotas de
ellas. “Si fueses del Madrid te iba a dar vasos por mis cojones”. Imaginen que
la final se diese contra el equipo de Chamartín. Se respiraba camaradería e
independencia. Otros, días después, los llamaron enfermos desde el gobierno.
Las entradas para el nuevo San Mamés se agotaron en diez minutos, pero yo creo
que no quedaba nadie allí en el norte. Todos los bilbaínos del mundo estaban en
Barcelona el 30 de mayo. “Si da igual, lo importante es estar aquí” se escucha
varias veces antes de empezar el partido.
Se presenta hablando euskera.
“¿Independentismo andaluz? ¿Qué es eso?” preguntó. Cuenta que es de las
juventudes abertzales. Cuando se le explica le gusta la idea, pero que no sabía
nada.
Salen los jugadores y no se oye la
megafonía. Me llega un mensaje al móvil. En Málaga tampoco se escuchó el himno.
En la sede de algún partido se quedaron sin voz de tanto cantar la letra. Los
leones salen a morder y la improvisada grada parece temblar. Ana tiene casi 27
años y ha llevado “el flequillito abertzale” en el pasado. El otro día detuvieron
a un amigo suyo de Segi y posiblemente le caigan seis años. Dice que lo que
cuenta Iñaki Rekarte, recientemente entrevistado por Jordi Évole, es “su
historia” pero que para nada representa a nadie. “¿Cómo puedes decir que en ETA
entrabas sin idea de política?”. También asiente cuando se habla del beneficio
que han causado películas y series en el entendimiento en los últimos años.
Suena el último pitido. Ya se sabía el
resultado desde el minuto 36, así que empieza la música en los escenarios
habilitados. El Barça ganó en Montjuic. Los de Bilbao se bebieron Barcelona.
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